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martes, 26 de marzo de 2013

Somos todos Argentina

Desde el 2001 que estoy en la calle por la crisis. Me quedé sin casa, sin auto, sin mi familia. Mi mujer me dejó y se llevó a los chicos y no los volví a ver desde ese momento. Al principio vivía en habitaciones que a duras penas podía pagar, y cuando me despidieron, dos días después del tan famoso corralito, quedé en la calle y desocupado como otras 3 millones de personas en ese momento. Busqué trabajo, hice todos mis esfuerzos por encontrarlo y poder volver a vivir dignamente. Pero a medida que pasaba el tiempo, yo estaba más desalineado y los puestos de trabajo eran cada vez menores. Ya no servía ir a una entrevista con mi traje porque estaba sucio y no tenía plata para pagar una tintorería.
Desde el 27 de Enero de 2002 que no veo televisión.  No vi el mundial de Corea-Japón. No pude llorar junto con el equipo al quedar eliminados en fase de grupos, quizás uno de los peores fracasos de los últimos años. Tanta expectativa que llevábamos, y yo no pude estar en frente del televisor para alentarlos a que sigan, a que esto no terminaba acá. Tampoco pude ver las dos veces que perdimos contra Alemania en 2006 y 2010. No pude sacarme la bronca de gritarles a los alemanes que ellos no eran los mejores, que ojalá perdieran en los partidos que le quedaban por disputar. No pude ver al Diego dirigiendo a la celeste y blanca. No pude ver nunca a Messi jugar, siempre lo escuché por radio. Viví sus goles y sus jugadas por una pequeña radio que tengo que me regaló el canillita de la esquina. Pero por más de que Victor Hugo Morales relate casi como un cuento de fantasía los partidos de la selección, no termino de imaginarme cómo son esos pases milimétricos en profundidad, esos piques cortos luchando contra dos rivales sin que le saquen la pelota, esos tiros libres de ensueño que se clavan en los lugares menos pensados dejando al arquero pasmado.
Desde el Domingo sabía que jugaba Argentina, contra Bolivia. Un partido difícil según me enteré porque jugaban en la altura. “¿Sabés lo que es jugar a 3650 metros sobre el nivel del mar?” Escuché que le decía un hombre de traje a otro mientras pasaban por al lado mío en frente de la plaza del Congreso de la Nación. Me despertó intriga este partido. Me enteré por mi radio que el director técnico argentino iba a hacer muchos cambios respecto al equipo que le ganó a Venezuela, y que iba a defender con cinco atrás.
Se nos venía un partido complicado, estaban todos muy ansiosos por ver a la selección esa tarde, por alentarla aunque sea detrás de la pantalla chica. Yo no quise ser menos, y decidí que este partido, por cómo lo vivía la gente en la calle, debía verlo. Más ahora que estaba Messi como 10 y capitán del equipo.
Un día antes del partido me tomé la tarde para buscar algún bar por la zona que tuviera vidrieras y un televisor bastante grande como para poder ver el partido desde afuera. Encontré uno a unas siete cuadras de donde tengo mis cosas. Memoricé la dirección y me fui a mi lugar de descanso.
Esa noche no pude dormir de los nervios que tenía. Iba a volver a ver a la albiceleste jugar, y en un partido que tildaban como imposible. La gente hablaba de que iba a haber tubos de oxígeno en el vestuario, como si fuera un hospital de urgencias. Yo miraba al cielo y entre tantos otros pensamientos esperaba que una de esas estrellas nos iluminara para ganar aquel encuentro.
Me levanté temprano a la mañana a recolectar los cartones y envases de vidrio. Apure el ritmo lo más que pude para no tener que trabajar a la tarde. Sin embargo el trabajo fue mucho y me llevó más tiempo de lo que creí, y cuando le pregunté la hora a una señora que pasaba, salí corriendo con el carrito hacia la plaza del Congreso.
Dejé las cosas y me cambié. Me puse el mismo traje que usaba para buscar empleo. Hacía mucho que no lo usaba porque no tenía sentido vivir en la calle y vestir de traje. Tenía un par de agujeros en los puños, y manchas en las solapas, además de que el pantalón me quedaba grande y corto. No importaba, el momento ameritaba que usara la mejor ropa que tuviera. Estaba listo para ir al bar.
Llegué veinte minutos tarde, agitado, nervioso y ansioso. Me apoyé contra una columna cerca del gran ventanal y miré unos minutos. Cinco minutos más tarde Bolivia mete un gol. Todos dentro del bar se enojaron, y luego entristecieron por el suceso. Yo hice lo mismo pero desde afuera.
Incluso las cosas se pondrían peor, cuando un empleado del bar, sale a decirme que no podía permanecer allí observando la televisión, que era sólo para clientes del lugar. Revisé mis bolsillos y observé la pizarra con el menú que había. No llegaba a pagar el café más barato, pero quería quedarme.
- No me alcanza para el café, pero te doy esto que tengo si me dejás quedarme mirando desde acá afuera. – le dije al mozo apelando a su empatía.
- Disculpe pero no puedo dejarlo. Si quiere ver, tiene que consumir. – me dijo con palabras amables pero no propias. Esas palabras no parecían salir de él, sino del dueño del local.
- Por favor te lo pido, ¡yo también soy argentino! Te juro no molesto.
- No puede señor, disculpe.
Me largué a llorar de impotencia. No iba a poder ver el partido, y encima íbamos perdiendo. Con las lágrimas brotándome de mis ojos miré el reloj: 30 minutos de encuentro.  Me di vuelta secándome la cara y empecé a caminar de nuevo para la plaza.
A lo lejos un grito desaforado de un muchacho: “¡Señor, señor! Espere por favor”. Pensé que podría haber sido para alguien a quien se le cayeron las llaves, o los papeles del banco. Pero me di cuenta que ese grito era para mí cuando un muchacho de unos 30 años, llegó corriendo y me tomó por el hombro, y agitado exclamó:
- Señor, lo estaba llamando. Espere por favor.
- ¿Qué pasó? – le dije extrañado de la situación.
- ¿Quiere venir a tomar un café con nosotros al bar donde estaba recién?
- No puedo pagar el café. Sólo tengo 10 pesos y el más barato sale 18. No tengo la plata, no pude ir a entregar los cartones hoy para que me dieran algo de dinero.
- No, no se preocupe, yo lo invito. Venga estamos con mis amigos ahí. No puedo ver que usted se vaya con lágrimas en los ojos. Hoy somos todos Argentina. Acepte este café que le ofrezco.
Le agradecí inmensamente a este buen hombre y regresé al bar. Aunque con un poco de vergüenza de que el mozo me volviera a echar por ingresar al local. Pero rápido en acciones este muchacho, que se llamaba Agustín por lo que me dijo, adelantó al empleado: “está conmigo”.
Aún cuando todavía no había podido salirme del asombro de ver jugar a Messi en un televisor enorme y con tanta definición, al minuto 43 del primer tiempo, Banega mete un cabezazo contundente para equiparar el partido.
Todos en el bar gritaron ese gol. Yo, como todo hombre y argentino orgulloso, también lo hice, pero también salté de mi silla y canalicé todas mis broncas en ese grito. No era sólo un grito de gol, era un grito de desahogo, de personalidad, de bronca por mi situación, de dolor por no poder compartir ese abrazo de gol con mi hijo, de aliento hacia los jugadores, de gratitud al espectacular hombre que me había dado la posibilidad de vivir un partido nuevamente.
No ganamos, es cierto. No fue uno de los mejores partidos de la selección tampoco. Messi es como lo dicen en la radio, un grande, aunque no estuvo en todo su esplendor en este partido. Pero tengo la certeza que una de esas estrellas a las que anoche le hablé me escuchó. No ganamos el partido, pero tuve una experiencia que no voy a poder borrar de mi mente por muchos años.


Por Franco Polero.

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