A veces, sonreír es la mejor forma de contribuir a cambiar el mundo.

jueves, 15 de agosto de 2013

La historia se repite

En 1806 Napoleón Bonaparte, que había sido vencido en Trafalgar años antes, impuso el bloqueo regional sobre las mercancías inglesas con el propósito de arruinar su comercio. Portugal fue una de las naciones que no quiso sumarse a ese bloqueo. Alguien tenía que ponerle los puntos a Portugal, y como se hacía en esos tiempos, lo mejor era invadirlos. Para llegar de Francia a Portugal, ustedes saben, o si agarran un mapa se dan cuenta, hay que atravesar España. Napoleón le pidió permiso al rey español para pasar por su territorio e invadir Portugal para que éstos acaten las órdenes. Tratado de Fontainebleau de por medio, Bonaparte empezó a cruzar España. Cuando iba cruzando territorio español, El Emperador francés se dio cuenta de lo bien que le vendría agrandar su imperio, así que derrocó a los reyes españoles y puso a su hermano al mando. Eso no terminó allí, ya que a raíz de esos sucesos las colonias españolas en América comenzaron con sus revoluciones.

En 1864 Solano López, presidente de Paraguay, le enviaba una carta a Bartolomé Mitre, presidente de Argentina. En dicha carta le pedía a Mitre que lo deje pasar por el territorio argentino para ir hasta Uruguay a ayudar a un sector de la política uruguaya. Según dicen algunas fuentes, Mitre escondió ese petitorio. Solano López al no recibir respuesta de Mitre, y sabiendo que Argentina se había mantenido neutral hasta entonces en los conflictos de la región, pensó que estaba todo bien y que podía pasar. Cuando el presidente argentino vio que los paraguayos entraron en su territorio, les declaró la guerra. Pero la guerra no sólo consistió en correrlos del territorio argentino, sino que, junto con Brasil y Uruguay, exterminaron el 60% de la población paraguaya y le quitaron 700.000 kilómetros de tierras. Fue la llamada Guerra de la Triple Alianza.

En 2004 mi mamá, se entera que me porté mal y se para apoyada contra el marco de la puerta del comedor y me dice “Dale, pasá que no te voy a pegar”. Sosteniendo una alpargata en la mano derecha, y dejándome poco espacio para pasar desde el comedor a la habitación, me hacía creer que todo iba a estar bien. Cuando me logra convencer de que la alpargata no iba a ser usada con fines de golpearme, encaro corriendo hacia mi habitación, tratando, cual contorsionista, de pasar por el poco espacio que me habían dejado. Mientras pasaba y hasta llegar a mi cama, la alpargata fue impactando en reiteradas veces en mi cola. El castigo no quedó allí, sino que por dos meses no pude ir a jugar a la casa de ningún compañerito del colegio.


La historia está destinada a repetirse una y otra vez. A veces se transforma, pero siempre sigue teniendo la misma esencia. Napoleón, Mitre y mi mamá dijeron “Pasá que no te voy a hacer nada”, y cuando nos dimos cuenta España, Paraguay y yo estábamos siendo golpeados por una alpargata.

sábado, 3 de agosto de 2013

Impersonal


Quiero ser y no quiero ser. Quiero estar y desaparecer, cambiar y permanecer. Quiero ser imposible de conjugar.

Quiero llover ¿Por qué no puedo llover? Llover a cántaros cuando estoy triste. Dejar caer las gotas que brotan de mi nube y que caigan una a una sobre las personas que duermen en la calle, y sepan que también estoy llorando con ellos. Llover hasta olvidar, hasta no recordar, hasta inundar de agua las calles y no poder salir de mi casa, y disfrutar esa soledad, como un niño que se arma un refugio con sábanas para aislarse del mundo. 

Tronar. Tronar muy fuerte para sacar toda la bronca desde adentro. Ensordecer a todos con esos gritos, para que me escuchen, para que se queden callados, para que tengan miedo, para que me imiten los que nunca pudieron gritar.

Tirar algún que otro rayo sin dañar, sólo para descargar a tierra los nervios, la angustia y la bronca. Tirarlo bien lejos, como un atleta con la jabalina, y que cruce el cielo de punta a punta. Que rebote contra las ramas del tronco de un caldén y las separe, como se separa una madre de su hijo y lo deja volar sabiendo que son dos, pero que algún día fueron uno solo.

Y quizás, si estoy muy enojado y no me alcanza con los rayos, armar con mis manos granizo y piedras para tirarle a los que están más abajo.

Quiero poder nevar. Caer lentamente en miles de copos. Que el viento me empuje, sentir el aire rozándome, adivinar mi punto de aterrizaje. Nevar tranquilo y verme por la ventana mientras la desempaño y bebo un sorbo de café. Convertirme en muñeco de nieve, o ser el colchón de un oso polar, o la alfombra de algún nene que quiere dibujar un ángel. 

Y cuando me aburra ser una ventisca que sople todas las nubes y empuje los barcos del otro lado del mar.
Estar parcialmente nublado, con probabilidades de chubascos. A veces, alegre. Otras, triste. A veces sin humor, a veces sonriente. La incertidumbre hecha tiempo. Levantarme el ánimo haciendo llover y ver cómo la gente abre el paraguas, camina bajo los techos y pisa baldosas flojas. 

Recuperar la alegría para estar soleado. Lleno de luz para dar. Sonreír y brillar. Abrazar para calentar. Bailar y subir la temperatura. 

Y al final del día anochecer, despacio, sin apuros, entregando lo último que queda de mí. Morir feliz y pleno, suspirando. Sabiendo que tengo una nueva oportunidad de amanecer, de volver a empezar, de volver a nacer. Sin memoria, sin historia, empezar de cero.