A veces, sonreír es la mejor forma de contribuir a cambiar el mundo.

sábado, 1 de diciembre de 2018

Fuego

El fuego tiene algo de hipnótico. También tiene algo de inexplicable que hace que te sientes a contemplar cómo arde. Algo de atractivo en el danzar de esas llamas que buscan llegar más alto. Algo de majestuoso en las brazas con ese rojizo veteado de grises.

Siempre me gustó sentarme cerca del fuego a disfrutar de una noche en el campo. Sin pensar algo en concreto. Sólo a admirar cómo el fuego es fuego. Ver que ante cada aliento del viento se enciende un poco más, y ante cada ramita que le sumamos, se vigoriza.

El fuego me ha hecho entender que importa mucho qué ponemos como combustible:

Las ramitas chicas y las hojas arden repentinamente iluminando sólo por un tiempo corto. Quizás sí son necesarias en un primer momento, pero no se puede alimentar toda la noche un fuego con ramas pequeñas si queremos que perdure.

Los troncos, si bien tardan en prender, nos proporcionan luz y calor por un periodo más extenso. Sin embargo, los que saben de fuegos, dicen que no se enciende un tronco grande sin tener preparado antes una base de ramas pequeñas.

Toda rama u hoja verde que ponemos al fuego no hace otra cosa más que humo, e incluso puede llegar a apagar el fuego.

Cuando parece todo cenizas, sólo basta con buscar las brazas que aún están encendidas, poner algo de combustible, dar aliento y revive.

Quizás el fuego tiene algo de vida, por eso es hipnótico. Porque es lindo tomarse un tiempo para contemplar la propia vida y ver con qué estamos alimentando ese fuego interior.