A veces, sonreír es la mejor forma de contribuir a cambiar el mundo.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Mi primera vez

La primera vez siempre está cargada de nervios, de ansiedad, de inseguridad. Y esta no fue la excepción.
La televisión, la sociedad, mis amigos hablaban de eso. Yo era el único del grupo que quedaba sin vivir esa experiencia. Era el único que no cumplía con ese mandato social. Y si bien nunca había sentido una necesidad, o siquiera ganas de que pasara de manera urgente, ese día, después de una charla con mis amigos me decidí.
Dicen que siempre la primera vez tiene que ser algo consciente, un acto de amor. Yo, en cambio, me dejé llevar por el impulso y decidí arriesgarme a lo desconocido.
Llamé por teléfono, me informé. Leí varios volantes que había recibido en la calle el día anterior.
Cuando uno está inseguro toda elección, parece imposible de resolver.  ¿Qué me pongo? ¿Uso perfume o queda mal? Después de varias vueltas me decidí por un jean y una camisa, y un perfume importado como para causar una buena impresión.
Podría haber ido en colectivo, porque tiempo me sobraba, pero mi higiene demandaba que un taxi sería más propicio para la ocasión. El coche me dejó en un edificio muy lujoso: puertas de vidrio impecablemente limpias, el césped recién cortado. Todo parecía de película, un lugar muy ameno.
A medida que iba entrando comenzaba a sentir cómo mi corazón aceleraba sus latidos, quizás porque estaba tomando conciencia de lo que estaba por hacer. Pensé en irme ni bien entré al lugar. Sin embargo, algo me decía que debía quedarme, que no debía perder aquella oportunidad. Los nervios de la primera vez son de inexperiencia. Y no hablo de esta primera vez, me refiero a la  de cualquier cosa que uno haga, los nervios por no saber. Tiene miedo de hacer las cosas mal, de fracasar en el intento, de quedar mal. Mi abuela siempre me decía: “Nadie nace sabiendo” y que “la intención es lo que vale” cuando me equivocaba en algo. Pero no es lo mismo. Ya nadie valora la buena intención con la que uno hace las cosas. Pareciera que en la sociedad actual hay que saber todo de antemano. No se permiten los fracasos, los intentos fallidos, el aprendizaje por ensayo y error. Todos son jueces de lo que uno hace. Y si lo hace mal, no sólo queda en la memoria de uno, sino en la de todos los demás, que te lo recuerdan. Quizás en broma, pero vos lo seguís viviendo como una mala experiencia.
Además, aunque uno se informe, busque, mire, escuche, lo visto en la teoría nunca logra equiparar a la experiencia propia. Dicen también que cada quien lo vive de manera diferente y que por más que alguien te cuente, difícilmente vayas a sentir lo mismo. Todo depende la persona y la situación.
Ya había cruzado todo el pasillo. No podía echarme atrás. Me senté y esperé a que me llamase. Los momentos muertos son cruciales para revalidar una elección. Cuando los pensamientos hablan más fuerte que las palabras, las decisiones se toman con acciones. Fueron los quince minutos que más pensé en toda mi vida. El mundo a mí alrededor se había apagado. Estaba demasiado nervioso. Dentro de mi cabeza surgían cada vez más preguntas, algunas parecían no tener respuesta. Empecé a arengarme a mí mismo, como un soldado que va a la guerra y necesita la palabra de aliento del general. Pero acá no había general, teniente o coronel que valiera. Sólo yo podía mentalizar qué era lo que quería y lo que estaba buscando.
“¿Quién me manda a mí a estar acá? Encima solo. Le podría haber dicho a alguno de los chicos que me acompañara. No, es algo mío. Una superación personal. Algo íntimo, sólo yo y mi persona.”
En eso llaman al siguiente. El siguiente era yo: me tocaba entrar. Tragué saliva, me levanté y encaré para la puerta tratando de no parecer nervioso, aunque las piernas me temblaban.
Una chica joven, tendría alrededor de veintitrés años, cabello rubio, ojos color verde, altura de un metro setenta, me invitó a pasar. Era hermosa, un sueño de mujer. Mi mirada se perdió en la suya. Me debilitan las rubias de ojos claros, son la perdición.
-        ¿Cómo te llamás?
-        Franco – dije primero en un tono aguda que me salió. Aclaré mi garganta, me sequé las manos transpiradas en el jean y volví a responder – Franco me llamo.
-        ¿Cuántos años tenés? – preguntó observándome fijamente.
-        Diecinueve, recién cumplidos.
Diecinueve años, no sé si son muchos o pocos. Estás en ese intermedio en que no sos tan grande como para cambiar el uno por el dos en las decenas de tu edad pero tampoco sos un chico, menor, libre de responsabilidades. De los dieciocho a los veinte estás en el interludio, en la mitad del camino. Donde está bien ser un poco chiquilín, pero ya tenés que asumir una postura madura aunque sea para mostrar en público.
Hicimos todo el protocolo inicial, lo habitual. Siempre ella manteniendo contacto visual, cosa que para mí muy difícil de hacer. Me gusta mirar a los ojos, sí, siento que le da seriedad y veracidad a lo que estás haciendo, pero tengo mis límites. Así que cada tanto tenía que despegar mis ojos de su mirada para no sentirme invadido y perturbado.
- ¿Es tu primera vez? – preguntó determinante, como si ya supiese mi condición por mis acciones.
- Sí, ¿se nota mucho? – respondí y dejé escapar una risita nerviosa. Ese tipo de cosas me delataban.
- No, para nada. Igual, siempre hay una primera vez para todo. – dijo y sonrió.
Esa sonrisa me terminó de comprar, reafirmó por qué estaba ahí. La manera dulce que tenía de ser para conmigo me hacía dar ganas de disfrutar el momento.
Cuando terminamos con los pasos previos me acarició con ternura el brazo y me preguntó si estaba listo para comenzar. Asentí, ya un poco más seguro de lo que hacía.
Me recostó. El corazón me latía como nunca antes lo había hecho, parecía que iba a salirse de mi pecho. Sentía los latidos hasta en la garganta, en los brazos, en las manos que me empezaban a temblar.
De a poco el nerviosismo comenzó a irse, quizás porque la situación ya no era tan tensa, porque mirarla a los ojos y escuchar su tierna voz me hacían perder el miedo o porque de a poco estaba ganando experiencia.
Me felicitó por mi desempeño, y yo, orgulloso de lo que había hecho, me levanté. Pero los nervios me traicionaron nuevamente y caí desmayado.
Al reincorporarme ella estaba a mi lado con un café y dos medialunas. Otra vez me sentí la persona más ridícula e infantil del mundo. ¡¿Cómo puede ser que me haya desmayado?! Me sentía menos hombre, había fracasado y justo en el final.
- Perdoná, no sé qué me pasó. Soy un pavo bárbaro. – dije muy dolido y realmente sintiendo culpa.
- No hay problema, siempre pasa. Es muy común en la primera vez. No tenés que pedir perdón.– pronunció ella como tratando de consolarme. No de la manera en que se consuela a un niño, dándole la razón para que se sienta bien, sino diciendo amablemente aquellas palabras desde el corazón.
- Es que vine sin comer nada. Estoy en ayunas. – le repliqué tratando de excusarme.
Una vez recuperado totalmente, me decidí por saludarla y volver a mi casa. Estaba contento por lo logrado. Ya no era el único de mi grupo de amigos que no había vivido la experiencia. Era otra persona. Salí del edificio con el pecho elevado por el orgullo, con mi autoestima mejor que nunca. Había podido hacerlo y controlar mis indecisiones.
Mientras salía del edificio pensaba en esa noche, al cenar con mis amigos, contarles cómo fue todo. Uno siempre cuenta a sus amigos esas cosas con lujo de detalles. Tal vez sea para aportar tu granito de arena al saber colectivo del grupo y que los demás lo tengan en cuenta, reírse de la situación o recibir los elogios con el tinte gracioso del resto. Pensé en omitir la parte del desmayo para no ser la burla del grupo, pero quizás a ellos les serviría saber que, como me dijo la enfermera, no es necesario ir en ayunas a donar sangre.
Ya en el colectivo rumbo a casa, recordé a Facundo Arana con el cartel de “donar sangre salva vidas”.
Esa noche, cuando reposé mi cabeza sobre la almohada, me sentí mejor. Un placer invadió mi alma... el placer de dar. Quizás esa poca sangre que yo había donado sería la que mañana salvara la vida a una persona que nisiquiera conozco. Qué bien se sentía eso.

14 comentarios:

  1. muy bueno francoooo, me cague de risaaaaa!!

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  2. Es genial, te mantiene ahí hasta el final. Felicitaciones, por el texto y por el acto. Besos Prince! :)

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    1. Gracias Caro! Jajajaja pasa que son malpensados uds jajaja. Beso ! Gracias por leer.

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  3. Muuuuy bueno! te tiene ahi, agarradaso.. jeje igual pensaba que era un masaje y el remata me mato! siga asi!

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  4. Jajajaja es muy bueno!! Al leer el título lo malpensé pero después dije, naa no puede ser que este hablando de esto! Y me quede expectante para ver con que ibas a salir. Cómo siempre, excelente. Felicitaciones

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  5. jajajajajajaj que hdp jajajajajja muy bueno che...pense que terminaria asi pero no sabia hasta terminarlo! jajajaja muy bueno te felicito genio!

    @GermanPinto93

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  6. Muy pero muy bueno! Mi primera vez fue bastante parecida, nomas que yo me desmaye antes de entrar..jajajja. Tuve que hacerme estudios y volver para poder hacer la donación. Sin lugar a dudas valió la pena.

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    1. Yo no me desmayé, y debo confesar que me inspiré en vos, que lo contaste una vez, y después haciendo la historia dije: ¡Se tiene que desmayar! Pero no antes, después para que cierre la historia. Pero sí, te debo un 50% de la historia, después te la pago jajaja.

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  7. Genial, me encanto el texto !! hermoso tu blog, un abrazo grande !

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  8. Genial Franco!! Saludos :)
    Agus Cozzi

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  9. Muy bueno Loler
    Cuando quieras vamos a donar, yo nunca done porque me da cosita ir sola.
    Besuli

    Peke

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