A veces, sonreír es la mejor forma de contribuir a cambiar el mundo.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Arde la ciudad

El calor saca lo peor de nosotros. La rutina de todos los días se vuelve algo tedioso, y cualquier nimiedad que nos suceda es un detonante para querer mandar todo a la mierda y putiar a cualquier persona que tengas adelante. Cuando hace calor todos los problemas se suman, todo te molesta, todo te irrita.

Te levantás a la mañana. Del calor que hace no sabés ni dónde estás. Estás transpirando ya desde temprano. El baño frío parece arrancar una mañana diferentes a las demás. No hace tanto calor, al menos hoy no va a ser sofocante. Pobre iluso, después se dará cuenta que siempre la mañana parece ser fresquita y después llegás a las cuatro de la tarde como si estuvieses en una sartén caliente.
Ya no se desayuna café, ni mate, ni te. Lo más fresco que puedas tomar: una leche helada con nesquick, una fruta, o un vaso de agua mientras te apoyás en la cara la botella recién sacada de la heladera.

Parece un lindo día. Si bien los 25 grados se hacen sentir a las 9 de la mañana, parece ser que está aceptable todavía.

El almuerzo pasó de ser una milanesa con papas fritas y huevo frito a caballo, a ser una ensalada cesar. Tanto que la jodiste a tu novia que la ensalada no era comida de “verdad”, ahora con el calor que hace te conformás con un pedazo de lechuga, tomate y queso.

El problema no es la facultad. El problema es IR a la facultad. Llegás con los primeros síntomas de un calor tremendo. Y ojo, todavía te falta subir tres pisos para llegar al aula donde van a cursar. Facultad pública… primero si hay aire acondicionado, rogá que anden. Si andan, esperá que los prendan. Si los prenden, rezá porque no hagan tanto ruido como para que la profesora diga: “Vamos a tener que apagarlos porque no se escucha lo que digo”. La sensación térmica en el aula es de 47 grados centígrados, y de sólo pensar cuántos grados Farenheit serían te da más calor. El sol entra por la ventana y te calcina las córneas. Y la profesora habla de reacciones  exotérmicas… más calor. Profe veamos las endotérmicas hoy y hagamos alguna práctica así me abrazo al vasito de precipitados.

Pero todavía no llegó la mejor parte. Salís de la facultad, cual pez que lo sacan de su pecera, con la boca abierta en busca de agua. Salir a la calle a las tres de la tarde es como que te golpee Maravilla Martínez de un lado y La Mole Moli del otro.

La parada del colectivo es tediosa. Ya de por sí estar parado en fila esperando a que un colectivo se digne a venir no es lo más estimulante que te puede pasar. Pero no te preocupes, esto se pone peor. Treinta personas adelante tuyo esperando para entrar al colectivo… en realidad esperando que venga primero. Al lado tuyo un tacho de basura. De esos nuevos que pusieron ¿viste? El olor a muerto que sale es impresionante. Calor y olor nunca son buenas combinaciones. 


Muchacho' llevense a la vieja bien lejos.
Mucho menos a las tres de la tarde, pleno sol, esperando un colectivo. El 59 parece nunca venir. Pero te contaron que hay algunos que tienen aire acondicionado. Así que mientras te secás la frente, soñás con que el Arcángel Gabriel te estacione un bondi vacío al lado tuyo y no sólo tenga aire acondicionado, sino que haya lugar para sentarse. Y hablando de religión pensás: “¿Por qué  mierda mordiste la manzana Adán? ¿Por qué fuiste tan pelotudo? Podríamos estar todos desnudos sin pudor en este momento. Pero no, gracias a vos estoy con jean y camisa. No ser Noé para que te agarre una inundación, aunque sea por un rato para refrescarte, y después ir a navegar  en la balsa de los "Los Gatos”.

Llega el 59. Levantás la mano para que pare. No parece desacelerar. Treinta metros y la velocidad parece ser aún mayor. No paró. Te dan ganas de correrlo hasta la Chacarita, pincharle todas las gomas y prenderlo fuego. Pero entendías que venía lleno, al igual que los otros tres que pasaron detrás y tampoco pararon. Además pensás: "Si lo prendo fuego voy a tener más calor, ni ganas". Sigue el calor, el tacho de basura, la mierda que largan los autos por el caño de escape, la señora de entre 90 y la muerte que me dice: “Igual yo prefiero LA calor, porque tengo una terraza y me puedo sentar ahí”. Te da ganas de meterla adentro del tacho de basura y decirle a los del CEAMSE que la carguen y la tiren lo más lejos posible. Igual no se qué me molesta más, que me refriegue su terraza, o que diga LA calor. Seguro que es una de las que dice Setiembre también. Es un golpe de estado a la RAE cada vez que habla la señora esa.

Cuando ya estás pensando dónde desmayarte, se te ocurre ir en subte. Las decisiones en los días de calor nunca son las mejores, mucho menos la de ir en subte a las cuatro de la tarde. El subte es la hostilidad, la antipatía, la jungla, el ambiente más darwiniano que existe. Ya entrás a estación Pueyrredón y Julio Verne creería que estás en el mismísimo centro de la tierra. Una vez que ingresás a la estación pasás de ser un individuo a ser una masa. Te das cuenta cuando abren las puertas del subte que la gente baja en masa, y se sube en masa. Y no sólo se sube en masa sino que todos por una misma puerta. Y el maquinista, no sé si a modo de chiste, o que también tiene las bolas infladas por el calor recuerda por el parlante: “Recuerden que el subte tiene 8 puertas más, no es necesario que todos se suban por una sola”. El movimiento del subte te hacen sentir un junco en el medio de muchos otros con una sudestada impresionante. Cuando pudiste encontrar un fierro donde agarrarte pensás, para el bien de todos, no levantar el brazo demasiado alto para no emanar el olor corpóreo que te invadió desde que saliste de tu casa. Pero como dije, el subte es un lugar hostil, y el pelado que está al lado tuyo no le importó eso, y ahora esa brisa de mar que brota de su axila va a parar justo hasta tu nariz calcinándote los pelitos de las fosas nasales. Rexona lo abandonó cuando salió de la casa no más. Y al lado un muchacho, de sweater, pálido y con la misma consistencia y rigidez que una hoja marca Gloria. Uno suele preocuparse por los pungas en el subte, pero un día como este si me afanan todo no me voy a dar cuenta. Incluso si me afana la ropa me haría un favor. Pasaré vergüenza pero no paso calor. Y dos estaciones más allá se armo la hecatombe, la debacle total, una seguidilla de hechos bochornosos que comprometieron el trayecto del subte. Se cortó la luz. A bajarse en esa estación que estábamos.
Salgo a la calle, piquete. Hoy no es día para hacer cortes muchachos. Respeto sus derechos pero no me jodan en este día de mierda. La tanada me empieza a invadir cuando uno se me acerca a contarme del proyecto. Amablemente en primera instancia me ofrece participar de la marcha. Le dije que no me parecía quedarme porque no tenía por qué hacerlo. Me respondió prepotentemente: “Vos porque sos gorila y no tenes que laburar, te viene todo de arriba”. Si hacía 37 grados pasó a hacer 45 grados a la sombra. Todavía en mis cabales le hago señas como que me rasco las axilas, cual mono tití y sigo mi camino en busca de algún colectivo o liana (si soy un gorila voy a ir en liana) que me deje en mi casa. Encontré uno que me dejaba medianamente cerca.

Uno no se da cuenta cuan electro-dependiente es en su vida hasta que se corta la luz. Después de haber apretado 5 veces el botón del ascensor para que bajara, recordé que media ciudad estaba sin luz y habían volado 6 transformadores.

Ocho pisos a pie. Llegás arriba agitado, con las pulsaciones a mil, al borde del paro cardíaco. Entrás a tu departamento y volvés a caer en la trampa… tocás la llave de la luz con ansias de que se prenda. Y vas a caer muchas veces: cuando vayas al baño, cuando quieras prender el tele, cuando quieras calentar comida en el microondas.

Cuando alquilé el departamento me emocioné porque tenía cortina eléctrica. Tocás un botoncito y se levanta sola. Re pro, re copada, re wow, re flash. Hasta que se te corta la luz y no podés levantarla, no hay caso. 

Oscuro, sin aire ni ventilador, sin radio, sin tele, sin computadora porque no tiene batería, sin velas. Que se te corte la luz y vivir solo debe ser una de las cosas más aburridas del mundo. Incluso si tuviera velas ¿para qué las usaría? Prender una vela para verte al espejo no tiene sentido. Lo más divertido que se puede hacer es soplar la llamita a ver si se apaga o no.

Se te ocurre tomar algo fresco. Te olvidaste el jugo afuera. Los cubitos siempre salvan, por suerte todavía no se derritieron por la falta de electricidad. Abrís el freezer y pensás por qué no fuiste contorsionista del Cique Du Soleil en una vida pasada para poder meterte en ese cuadrado de 30x40 y vivir feliz y fresquito.

Cuando te das cuenta que no va haber nada mejor por hacer, te tirás en la cama cual lagarto se tira en una piedra caliente. Si durmiera en una calesita daría menos vueltas que las que doy un día de calor en la cama. Y cuando estás por conciliar el sueño, vuelve la luz y se prenden de repente todas las luces que tocaste pensando que había electricidad. Levantarse, apagar todo y volver a acostarse, desfalleciendo sobre la almohada.

Entre las 6 y las 8 de la mañana es el mejor horario para dormir, porque está fresquito, por fin corrió un poco de aire que hizo que todo el calor se fuera. Pero también es el horario que hay que levantarse. Suena el radio-reloj diciendo: “Buenos días Buenos Aires, hoy es  8 de Noviembre. Son las 7 de la mañana y hace 25 grados. Para hoy se espera una máxima de 37 grados”.

Me iría a vivir a la Base Marambio, tendría de mascota un pingüino emperador, una pileta con escarcha y tomaría licuado todo el día.
"Paciencia": Del griego υπομονή, que significa
"no me rompas las pelotas"
¿Viste que los meteorólogos del noticiero te recomiendan que lleves paraguas, buzo, gorra, y eso? Yo te diría que los días de calor te lleves una mochila grande, muy grande, de paciencia.


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