Tengo algo que contarte. Quizás sea loco lo que diga. Quizás
sólo yo lo entienda. Quizás te haya pasado y puedas entenderme: me enamoré de una
persona que está en mi vida desde hace muchos años, pero en la que nunca me
había fijado.
Enamorarse de una amiga es ver el cambio en la rutina. Es
que alguien con quien compartís todos los días te llene los ojos y el corazón.
Que sientas que no hay nadie más que ella, y que no existe pensamiento en donde
no esté presente.
Sí, es amor. Y sé que es amor porque cuando estoy con ella,
el mundo se aísla por completo. Somos sólo nosotros dos. Sólo ella y yo. Dos,
en un solo alma. Nadie puede separarnos y en instantes de locura pienso que es
sólo mía. Que sólo yo puedo entenderla, que todo lo que dice es para mí. El
amor es egoísta, uno quiere a la otra persona de manera posesiva,
sobreprotectora y pasional.
Ella me trae la calma cuando la tempestad parece implacable.
Cuando todo alrededor se derrumba, ella me construye sueños y me invita a
volar…. a ser yo y nadie más. Me enseña que teniendo amor propio, puedo amarla. Me sostiene cuando
el viento viene en contra y me incentiva al descanso cuando todo va deprisa.
Cuando parece que el tiempo huye, me lo detiene para contemplar lo cotidiano.
Me mira a los ojos y penetra en mi alma. Es mi compañía en momentos de soledad.
Me enamoró con sus palabras. Sus cálidas, oportunas,
certeras y sinceras palabras. Palabras que cuando suenan parecen resolver mis
preguntas diarias. Y sus silencios… amo sus silencios. Silencio ensordecedor que
no dice nada, pero que transmite todo. Y cuando calla por largo tiempo, la
tristeza vuelve a mí. Un vacío absoluto de querer volverla a ver, de necesidad
de droga lírica de sus labios. Que me cuente sus historias para sentirme vivo
de nuevo, para volver a la ficción que me crea cuando estoy con ella. Me hace
reflexionar, me tiene en vela cuando me habla.
Quizás sea admiración; o quizás el amor tenga un poco de
admiración hacia la otra persona. Admiración por lo que crea, por lo que es. Que
esté entre la gente sin pasar desapercibida es admirable. Pero igual, eso es
algo que me da celos… como te dije, soy un poco egoísta ¿viste?. No quiero compartirla
con los demás. No quiero que cuando se haga presente en algún lugar todos la
aprecien.
Ese egoísmo fue el que me llevó a darme cuenta que no estaba
a su altura, que no podía ser sólo mía, y decidí dejarla. Que siga con su vida
y yo sólo vivir de recuerdos. Volver a la rutina aburrida y monótona y con la
dificultad de tener que verla seguido y tratarnos como si nada pasara. A que me
duela su falta pero a no decir nada.
¿Por qué la dejé decís? No sé… por idiota, por querer saber
más de ella y frustrarme cuando no podía adentrarme en su mundo. Por querer ser
uno solo, cuando sabemos que somos dos seres diferentes, irremediablemente incompatibles. Porque las obligaciones te
separan, y ya no pensás igual que antes. Porque ya no te llama la atención lo
que antes te parecía extraordinario. Porque cambiás, no sos vos, o ya no te
sentís a gusto, porque las circunstancias no me hacían necesitarla. Qué se yo…
Pero ayer la vi. La vi de nuevo. Volví a sentir lo mismo que
hace un tiempo atrás. Me atrapó. No me dijo nada, pero me atrapó. Me bajé del
subte, línea D, en Juramento me parece que fue, no me acuerdo. Lo único que me
acuerdo fue el momento. Ya desde lejos sentí su presencia, su naturalidad, su
dulzura en el aire. Y me indigné. Me indigné, me sentí muy mal. La gente,
apuradísima, pasaba como si no le importara. ¡¿Cómo no la ven?! ¡¿Por qué no se
detienen a escucharla?! No me importa si están apurados y vuelven del trabajo.
Te está endulzando los oídos, aunque sea devolvele un gesto sincero, una mirada
cómplice.
La armonía era increíble. Me sacó una sonrisa, me dibujó la
paz en cuestión de segundos. Y me quedé quieto en frente de ella. No cabía
tanto en mi pecho, parecía que iba a explotar. Me puso la piel de gallina.
Y terminó, culminó esa sinfonía espectacular. Me sentí
orgulloso por ella. Un aplauso cerrado, emotivo hizo que las paredes del túnel
para la salida al exterior se volvieran de colores, infinitos colores que te
reponían la sonrisa después de un día duro de trabajo.
Sin embargo me sentí mal. Felíz, pero triste a la vez…
quizás pienses que estoy loco, pero seguro te ha pasado. Felíz porque me había
vuelto a enamorar de ella. Triste, porque otro era el que la tenía en sus
brazos. Pero me fui a mi casa con el alma noble e inmaculada. Me hizo sentir un
pendejo de nuevo, un pendejo enamorado. Un pabo, como te pone el amor, un
estúpido que no le importa el mundo.
Y aunque sólo pueda contemplarla, escucharla, sentirla, amarla,
alabarla…pero no vivirla. Aunque sea un simple melómano incompleto, que de
música le falta mucho, y que no sabe absolutamente nada, la disfruto. La
disfruto y la siento parte de mi vida, y pienso que si ella no estuviese, mi
vida, incluso tu vida, sería un desastre, sería un error.
Me volví a enamorar de la Música… Y espero que sea para
siempre…
(Inspirada por el cantante de la línea D del subte, que no
sé quién es, que no me lo he vuelto a cruzar. Cantando “Vivo por ella” –que si
se fijan es una canción dedicada a la música -. Y cuando volví a casa y escuché
el CD de “11 episodios sinfónicos” de Gustavo Cerati, me di cuenta que estaba
totalmente agradecido a que los días fueron con música. Espero que haya hecho
sentir a alguien más lo mismo que me pasó en ese momento.)
Dedicado a todos los que disfrutan de la música y a los que viven de ella.